La sexualización de la mujer en la WWE, sinónimo de éxito en la lucha libre profesional en Estados Unidos

La lucha libre profesional tiene un gran peso cultural, social y mediático, sobre todo en Estados Unidos. Genera y mueve muchísimo dinero y es uno de los mastodontes del entertainment. Los niños idolatran a su wrestler favorito y sueñan con ser como él, mientras que las niñas hacen lo propio con las luchadoras. Los adultos se aferran a su adolescencia al tiempo que crecen junto a sus referentes de cuando eran chavales. Hablamos de un espectáculo para todas las edades, pero quizás no para todos los públicos. Y no por la violencia teatralizada de sus combates, sino por la vuelta a esa tendencia del pasado en la que se sexualizaba la figura de la mujer en la lucha libre.

La WWE, la compañía más importante de lucha libre profesional, dio un giro hace años, intentando potenciar la figura de la mujer en la industria, dándole una profundidad que hasta entonces no tenía. Personajes como Becky Lynch, Sasha Banks o Charlotte Flair prometían una nueva era en la división femenina de la empresa, con el talento por bandera aparcando la sensualidad y el erotismo que siempre había acompañado a las chicas de la promotora. Se quiso romper con las peleas en bikini y ropa interior, los azotes y la cosificación de las luchadoras. Lo que se pretendía era, precisamente eso, que fuesen luchadoras con todas las letras.

Tanto fue así que la WWE fue incluso más allá y se sacó de la manga un evento sólo con mujeres en la cartelera. Lo llamó Evolution y marcó un antes y un después en la historia de la lucha libre… aunque lamentablemente no le dio continuidad y terminó quedando en un quiero-y-no-puedo más para aparentar que a lo que respaldar. Hasta el punto que, de un tiempo para acá, la sexualización de la mujer ha vuelto a cobrar protagonismo en la compañía, sobre todo en su marca de formación, NXT.

Viendo que la ‘cantera’ de la WWE no acaba de funcionar como la compañía tenía pensado, NXT mutó a una versión actualizada de la misma, bajo el original nombre de NXT 2.0, en la que hay dos tendencias muy definidas. Por un lado está la búsqueda de talento masculino con el que nutrir a las dos marcas principales de la WWE (RAW y Smackdown) y la el reclamo erótico/sensual/sexual de la mujer para atraer a un público adulto, o camino de la edad adulta.

Sólo hay que echar un vistazo a los nombres de peso en la división femenina de NXT para darse cuenta de lo que estamos hablando. La campeona Mandy Rose y sus secuaces y campeonas por parejas Toxic Attraction son el mejor ejemplo de la nueva dirección que ha tomado la compañía. Google e Instagram son una fuente inagotable de ropa ajustada, escotes de infarto, miraditas y morritos. Y, lamentablemente, funciona.

Las audiencias y las visualizaciones mandan, y demuestran que los segmentos en los que las atractivas luchadoras acaparan la pantalla son las que despiertan un mayor interés por parte de los espectadores, y se dispara más todavía si se sexualiza el asunto. La WWE rentabiliza al máximo a este tipo de luchadoras y las da un mayor peso en la compañía, poniendo a la ética y los principios muy por detrás de los ingresos. Mientras el público lo consienta y lo consuma, vale todo.

De vez en cuando, a la WWE le entra un ataque de profesionalismo y/o dignidad y hace limpieza en la división femenina, en la que despide a luchadoras cuya presencia física no las salva de su cuestionable desempeño en el ring, Casos como el de Scarlett Boudeaux son muy sonoros, sobre todo a raíz de que la luchadora buscase acomodo en la plataforma OnlyFans mientras podía regresar a los cuadriláteros con otra empresa. Y tristemente no es el único, aunque al fin y al cabo es la salida que le pone a tiro a muchas de sus luchadoras el poco escrupuloso criterio del que hace gala la WWE de un tiempo para acá.